Tenía el níveo de los días futuros,
pensó que nada valdría la pena, afirmando
disciplinadamente que todo tiempo es imperfecto,
y así surcando la fría hoja conculcada al vencido, cerró
de un golpe crucial toda verdad flagrante,
y se marchó tranquila, mi abuela después de la centuria,
¡mañana me muero!, palabra de vieja.